Lo primero que llama la atención son sus contrastes. En pocos kilómetros, el paisaje pasa de las cumbres del Montgó o la Sierra de Bèrnia a los fértiles valles interiores —Gallinera, Laguar, Ebo, Pop, Alcalà— donde florecen almendros, naranjos y cerezos. Y, sin apenas transición, el terreno desciende hasta el Mediterráneo, donde esperan playas de arena fina, calas secretas y acantilados que cortan la respiración.
La comarca cuenta además con enclaves naturales protegidos que son auténticos tesoros: el Peñón de Ifach, el Montgó, la Marjal de Pego-Oliva y la Reserva Marina del Cabo de San Antonio. Espacios que invitan tanto al senderismo como a la observación de aves, al buceo o incluso al avistamiento de cetáceos.
Pero la Marina Alta no solo se entiende a través de su paisaje: también a través de su gente y de sus tradiciones. Sus pueblos conservan una arquitectura típica mediterránea, con riuraus, ermitas y castillos que recuerdan siglos de historia. La técnica de la piedra seca, reconocida por la UNESCO en 2018, es una muestra viva de este patrimonio cultural.
La tierra y el mar se encuentran también en la mesa. La agricultura sostenible aporta cítricos, aceite de oliva y vinos, mientras que la pesca ofrece productos únicos como la famosa gamba roja de Dénia. No es casualidad que en 2015 la UNESCO distinguiera a Dénia y su comarca como Ciudad Creativa de la Gastronomía.
Hoy, la Marina Alta se mira al futuro con un firme compromiso con el turismo responsable. Hoteles, restaurantes y actividades apuestan por la sostenibilidad para garantizar que este rincón del Mediterráneo siga siendo un lugar donde la naturaleza, la cultura y la hospitalidad se disfruten sin prisas, con autenticidad.